sábado, 27 de febrero de 2010

Chistes de la semana

Un día de clases en la primaria, la maestra pidió a sus alumnos que dijeran el nombre común de los animales más pequeños que conocieran y las respuestas fueron las siguientes:
Pedrito: La hormiga.
Juanito: La pulga.
Jaimito: El feferefe.
--¡Alto ahí!- expresó la maestra - ¿qué animalito es el feferefe, Jaimito?
El chamaco contestó:
--El feferefe, maestra, es un animalito tan pequeño, pero tan pequeño… ¡que habita en la oreja de la pulga!
¡Sóbate! Tanto la maestra como todos los niños del salón se quedaron con la boca abierta, lelos, apenecados, sorprendidos por la inteligencia de Jaimito, preguntándose qué tanto verá los documentales de Discovery Channel, Animal Planet y National Geographic… por eso, para no pecar de ignorantes, nadie replicó sobre la existencia del “feferefe”, pues probablemente era un nuevo espécimen descubierto.
Pasado el estupor, la maestra inquirió a Pepito:
--A ver, Pepito, ¿conoces algún animalito más pequeño que el feferefe?
A lo que el chamaquito del demonio respondió con tono de sabelotodo:
--¡Claro que sí maestra!...¡El fifirifi!
¡Císcale diablo panzón!...¡Pepito presumió de haber hecho un mayor hallazgo de los especímenes del mundo animal!... sin duda, Pepito estaba más actualizado que Jaimito; mas, para quitarse de dudas, la profesora preguntó:
--Bien, ¿y qué tan pequeño es el fifirifi?
Pepito adoptó una pose de sabio y contestó:
--El fifirifi, maestra, es un animalito tan pequeño, pero tan pequeño…¡que habita en el fufurufu del feferefe!
…..¡Sopas!...¡Cómo ayudan!

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Pepito y su mamá fueron a misa, pero, apenas había comenzado la ceremonia, el mozalbete jalaba con desesperación el rebozo de su madre para urgirle que necesitaba ir al sanitario. El sacerdote comprendió la urgencia y la vergüenza que pasarían si el niño hacía sus necesidades en la banca de la iglesia, por lo que le hizo señas a Pepito para que se acercara y luego, le murmuró al oído:
--Arriba, al fondo a la derecha está el sanitario, puedes pasar, hijito.
El chamaco se dirigió hacia el sitio indicado, en el segundo nivel de la parroquia, y apenas llegó a la tasa del WC para hacer sus necesidades, justo en el momento en que abajo, el párroco expresaba en su sermón:
--Entonces, hijos míos, Moisés imploró a Dios y cayó maná del cielo.
Aquí viene la indecencia: casualmente el piso del lado del sanitario daba al techo de la iglesia, y cuando el sacerdote expresó lo del maná, no fue precisamente eso lo que cayó del techo, pero se lo dejamos a su imaginación.
No obstante lo anterior, el sacerdote prosiguió:
--Así como llovió durante 40 días y cuarenta noches…
Y lo que cayó del techo no fue precisamente una lluvia de agua, sino de orines.
El párroco continuó:
--Entre poderosos truenos…
Y lo que se escucharon parecían truenos, pero eran flatulencias; pero el sacerdote se sobrepuso y dijo:
--Se escuchó la voz de Dios…
Del segundo nivel se escuchó sin embargo, por toda la iglesia, la voz de niño gritando:
--¡Mamaaaaaaaaaaá! ¡No hay papeeeeeeeeeeeel!

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Un día la maestra les encargó a sus alumnos que tomaran nota de las respuestas que dieran familiares y conocidos a las preguntas que ellos les hicieran, de tal manera que, en el caso de Pepito la compilación de datos se dio casualmente de la siguiente manera:
Llega el chamaco a su casa y ve a su padre frente al televisor, pero desconoció el programa que transmitían en esos momentos, por lo que inquirió:
--¿Qué estás viendo, papá?
El hombre, quizá abrumado por las preocupaciones de su trabajo, molesto por alguna razón, contestó con rudeza:
--¡Qué te importa!
En eso el chamaco se acordó de la tarea, la cual consistía en tomar nota de respuestas a preguntas que ellos hicieran, por lo que antes de que se le olvidara anotó: “¡Qué te importa!”
Posteriormente fue a la cocina, donde encontró a su mamá y le preguntó:
--Mamá, ¿qué le pasa a mi papá? Le pregunté que si qué veía en la televisión y me dijo: “¡Qué te importa!”
La mujer entonces respondió con enojo:
--¡Me cae re gordo ese viejo!
Y esa fue la expresión que Pepito añadió en las anotaciones de su libreta.
Luego el niño se dirigió a su cuarto, pero, al pasar por la habitación de su hermana, sintió curiosidad, se asomó y le inquirió:
--¿Qué estás viendo, hermanita?
La jovencita contestó emocionada:
--¡Supermán sin calzones!
Con esa respuesta Pepito ya tuvo tres anotaciones en su libreta.
Más tarde salió a la calle y se encontró al sacerdote de la iglesia del pueblo; Pepito saludó al párroco y comentó a manera de presunción:
--Fíjese Padre, que no tengo pecado qué confesar, hoy me porté bien.
Ante ese comentario el cura expresó aliviado, extendiendo sus manos y elevando su mirada al cielo:
--¡Graaacias a Dios!
Llegó la tarde, la noche, y al día siguiente, un día más de clases en la escuela, donde la maestra increpó al tremendo Pepito:
--A ver, Pepito, ¿trajiste tu tarea?
Como el niño se había aprendido de memoria las anotaciones que hizo en su libreta, comenzó a demostrar su prodigiosa memoria, expresando las cuatro respuestas obtenidas, de tal manera que el diálogo prosiguió así:
--“¡Qué te importa!”
Molesta, la profesora, advirtió:
--¡Si sigues respondiendo con groserías, Pepito, te mandaré con el Director!
--“¡Me cae re gordo ese viejo!”
--¡Pepitooo!...¡¿Pues quién te crees que eres para responder de esa manera tan insolente?!
--“¡Supermán sin calzones!”
--¡Esto es insoportable! ¡Lamento decirte Pepito, que quedarás expulsado de la escuela!
--“¡Graaacias a Dios!”

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